"Vendaval", Verónica Olvera Rivas
Un fuerte viento castañea los cristales de mi casa, pero aún así estoy por salir. Me dirijo al tan deseado encuentro. Meses antes me encontraba preparando todo. Acudí con el reumatólogo a mi cita y me surtí de medicamentos. La sensación de náuseas me invadía por el licuado de fármacos, pero preferí la ingesta que estar impregnada con olores de menjurjes. Dicen que empieza uno a oler a viejita. De niña, recuerdo que las habitaciones en casa de mi abuela olían a una mezcla de naftalina y alcanfor. A esa edad decidí que evitaría a toda costa utilizar esos olores fuertes. Para contrarrestar la sequedad que existe en la menopausia, pedí en línea una dotación de lubricantes; sabor a coco, piña y fresa. No dejé pasar ni un día la aplicación de los estrógenos, por cierto, cada vez están más caros.
Paco es un hombre joven y de esos chicos que yo creo le gustan las mujeres maduras. Recientemente leí que el diccionario de la RAE incluye el término “edadismo” para referirse a la “discriminación por razón de edad”, que en este caso no aplica. Me agradó que desde el principio “me habló de tú" de una forma cordial.
Me viene persiguiendo desde hace cinco años. Ya le he dicho que mi sostén tiene trampita, le comenté que a mi vientre lo adornan las estrías, que no tengo flexibilidad y que mis brazos no podrán sostenerse mucho tiempo arriba con las esposas cuando estemos jugando porque me llegan los dolores articulares, cosa que no lo decepciona.
Paco tiene algo que me atrae. Tenemos temas en común o a veces empezamos a debatir y se torna interesante. Es tímido, habla poco con la gente y eso de entrada me generó curiosidad.
El viento golpea las láminas de las casas. Bailotea el polvo por mis pestañas, pero en cada silbido del viento mi corazón se agita. Me detengo a tomar el taxi, me subo. Llegan a mi mente las placenteras posibilidades. Aprieto mi vagina y siento las contracciones. Vengo posponiendo la fecha porque es difícil decidirme. Es complicado evadir las peticiones de mis hijos para ir a cuidar a mis nietos. Por eso me inventé el dichoso tour para ver a la virgen del chorrito y perderme unos días.
En el taxi, el conductor busca mi mirada por el espejo. Yo creo que calcula mi edad. Presiento que le da morbo conducir al destino señalado. Hace plática sobre el clima para generar confianza. Me cuenta que se divorció. Que es un buen padre. Bla, bla, bla. Respondo con monosílabos. A mitad del camino me pregunta: "¿Y al terminar quiere que pase por usted? En tres horas voy a regresar por la colonia o, bueno, puedo pasar antes. A la hora que me llame. Ya que, si quiere dar la vuelta a otro lado, la puedo acompañar. Está usted muy guapa".
¡Pero a este sujeto que le pasa! Piensa que como soy mayor voy a acostarme con el primero que se apunte. "Se puede apurar, por favor", le contesto directa y cortante. "No se enoje. Debería de sentirse halagada". ¡Ah, mira! Ahora es él quien me hace el favor de desearme. "Sabe qué… bajo en la esquina", levanto la voz fúrica. El taxista frena bruscamente y se marcha burlándose.
Algo me dice que es una locura seguir. Mi cuerpo ha pasado por muchos vientos y hay días en que mis sueños caen como la palizada en una playa desierta. ¿Cómo pueden estos malos momentos hacer tambalear nuestras decisiones? ¿Quién les da derecho a invadir nuestras distancias? ¿Por qué piensan que deberíamos avergonzarnos de nuestros placeres?
Paco me envía uno, dos, tres mensajes de que ha llegado. El viento ha despeinado mi cabello, lucho por alisarlo con mis manos. Una capa de polvo se adhiere a mi rostro. El dolor de cabeza empieza a advertirme que posiblemente sea la presión. No pasa ningún taxi. Las ráfagas del viento parecen llevarse en un torbellino mis intenciones. Recibo una llamada. Me zumba el oído. Tal vez sea mi hijo o mi hija. No. Quizás sea Paco. No contesto. Dudo si sería mejor regresar a casa, tenderme en la cama y más tarde acariciarme. Pero pienso en las ocasiones en que he postergado algún contacto. ¿Cuántas noches se han quedado sólo en fantasías? ¿Cuántas veces he sido rendida por mi propio juicio?
Suena nuevamente el teléfono. Alcanzo a escuchar muy apenas la voz de Paco. Le cuento lo del taxista y me contesta: "Estaba preocupado. Ya ves, te dije que pasaba por ti, pero me respondiste que te daba vergüenza que me vieran contigo. Envíame tu ubicación. Si te sientes mal te llevo a tu casa".
La proximidad de su presencia me exalta. Mientras Paco llega, saco mi perfume. El rocío se dispersa entre el aire. Lo huelo sobre mi piel. Dejo que el cabello tome la forma que quiera. Despeinada sonrió y reconozco en voz alta: "Sí. Sí quiero. Lo deseo".
Verónica Olvera Rivas.
Escritora, docente, promotora cultural y mediadora de lectura. Autora de dos poemarios: Amo la llaga más no el cuchillo y Marejada del deseo, publicados por Editorial Morgana, México. Algunos de sus poemas y textos se encuentran en las antologías Letras del puerto, Mujeres Umbral, Mujeres de letras libres (Enpoli), Latika literatura para las infancias, La Bestia Indócil, Especulativas, Mujeres por la autoestima, En la más médula, entre otras. Colabora en la difusión de obra local en el grupo Arte y cultura en Tampico y Tamaulipas de donde es originaria.



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