"La monstruosidad", de Fany Liera


Leonor despertó sin poder moverse, sin ánimo alguno para levantarse de la cama. Los rayos del sol entrando por la ventana le indicaban que el día había comenzado. Sus ojos se esforzaban por mantenerse abiertos. Se tomó algunos minutos para despertar completamente.

Con torpeza, rodó sobre su espalda anudada y dolorida. Tomó una inhalación tan profunda que sus pulmones se hincharon hasta doler.  Apretó el abdomen y lanzando un fuerte rugido logró sentarse en la orilla de la cama. Y con un esfuerzo aún mayor al anterior, se puso en pie, las pantuflas no entraron en su lugar, así que las pateó. Con pesadez y torpeza se enfilo hacia el baño.

Al mirarse al espejo, sus enormes y abultados ojos de monstrua le dejaron ver el tremendo hocico devora hombres que ahora poseía, lloró triste y resignadamente. Con sus garras provistas de encorvadas uñas, acarició sus mejillas. ¿Acaso no sería mejor morir? Sangraron de sus heridas recién hechas pequeñas perlas rojas, su corazón sangraba más.

Extrañaba mucho su piel suave, blanca y tierna, en su lugar gruesas escamas la cubrían de hombros a pies. Las escamas no eran suficientes para repeler las miradas de asombro y asco ante su nueva condición.

No había nada más que hacer que vestirse de mujer valiente y salir al mundo. Tomó las ventosas de su entrepierna y las acomodó dentro de sus panties, lloró nuevamente. ¿Cómo surgieron? ¿Para qué? Odió las ventosas, se odió a sí misma.

Con las pezuñas resecas arañó el piso, pisoteó las buenas costumbres, las expectativas y todo lo que de ella se había pensado. Caminó un poco en círculos dudando de su fortaleza para salir y enfrentar su vida de monstrua. Hora de partir, enderezó un poco la pesada cornamenta que toscamente coronaba su cabeza y cruzó el umbral.

Afuera la miraban con asombro, huían de ella amigos, familiares, compañeros de trabajo, había miradas curiosas y miradas condenatorias. Había murmullos y también gritos. Con antorchas de comentarios mal intencionados intentaban incendiarlo todo. Leonor, la mujer monstrua, era temida, criticada, aislada. ¿Acaso no sería mejor desaparecer?

Sentada en la orilla de los exiliados, recordaba la noche de la metamorfosis. Aquella en que escuchó con atención, en que abrazó con empatía, en que se preocupó por el minotauro, en que el roce de su ahora hocico fue un dulce beso, nadie recuerda eso. Dicen que lo devoró, que no dejó nada de lo que él era, que desgarró la realidad de este universo, que rompió con furia lo que a su alrededor había. Esa noche Leonor pidió desaparecer, huyó, necesitaba revertir su monstruosidad, pero era tarde.

Atormentada y acorralada, se plantó frente a todos, observó largamente sus garras y sus pezuñas, acarició sus escamas con dulzura, rozó con disimulo las ventosas, rugió con furia y confesó a gritos:

Señoras y señores, ¡yo soy la otra!



Fany Liera

(Cd. de México, 1979) Docente de primaria, amante de la pedagogía y la música, aficionada al teatro y la danza.



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