"Irreversible", de Areli Saiden
El primer acercamiento empírico que tuve a la sexualidad fue con mi mamá diciéndome que Dios me había dado un tesorito muy importante y lo tenía que cuidar. Si Dios hubiera deseado que me lo quitaran, lo habría puesto en la palma de mi mano y no entre las piernas que no es un lugar de fácil acceso.
Me hubiera gustado tener más conocimiento para sobrellevar tal vez un poco mejor la situación atravesada a mis tan solo once años. Mi primer “novio”, quien por cierto era mucho mayor, me llevó bajo engaños y manipulación a una zona desierta y oscura en la cual intentó mantener relaciones sexuales conmigo.
Recuerdo estar ahí y sentirme indefensa, lo único que yo sabía sobre el sexo era que podía de alguna forma quedar embarazada, insistí en no hacerlo pues tenía miedo de ser una más de las niñas a las que les sucedía eso.
Él para “tranquilizarme” me dijo: “no me voy a vaciar en ti”. Sí, uso la palabra vaciar y yo no tenía la más mínima idea de qué estaba hablando.
Al final él accedió a dejarme ir, no sin antes haberme tocado en todas las zonas de mi cuerpo que a esa edad incluso yo misma desconocía.
Después de ese suceso continué con mi vida como si el abuso sufrido fuera algo común, algo por lo que pasa cualquier pareja.
Pero la realidad es que, ante la sociedad, los comentarios, las mentiras (pues él dijo que sí tuvimos relaciones), llega un momento en el que algo se te clava en la cabeza y recorre cada espacio, neurona a neurona, invadiendo, infectando y modificando la esencia de quién eres, o solías creer ser, y te lleva a creer todas esas cosas horribles dichas de ti.
Primero, no te permite notar que tú fuiste una víctima, te susurra muy despacio que tú propiciaste la situación atravesada y no te permite olvidar lo sucedido, pero al mismo tiempo no te deja recordar detalles que pudieran hacer notar que no fue tu culpa.
Conforme pasa el tiempo olvidas que está ahí, ya se ha adueñado de tu cabeza, de tu personalidad, eres otra pero en el fondo añoras volver a sentirte tú misma. Poco a poco continúa avanzando y ya controla tu cara y tu boca, eso te lleva a seguir estando en situaciones de riesgo, te cuesta muchísimo trabajo negarte a hacer cosas que no quieres hacer. Sin embargo, siempre has sido una luchadora y, si bien hiciste bastante, también fuiste firme a tus convicciones más arraigadas y te negaste a hacer muchas otras.
El tiempo pasa y esa infección llega a tu pecho, a tu corazón; sigues conservando una pequeña parte de tu esencia, pero cada vez sientes menos, haces y reaccionas más conforme a lo que la gente dice que eres. Tú tratas de comportarte y actuar en contra de lo que la tele, la moda y la sociedad imponen, pero no se trata de moda o estándares sociales, se trata de la manera en la que te relacionas con personas del género opuesto y eso ya no hay forma de cambiarlo, pues la cosa no deja de repetirte que eso es lo que eres, quien eres…
Cuando tu cuerpo por fin ha sido infectado por completo, caminas, respiras y vives en automático, ya nada importa más, has escuchado y también dicho tú misma de ti tantas cosas, principalmente negativas, y duelen en ese pequeño rincón de ti negado a desaparecer. En ese momento te das cuenta que es parte de la solución el saber que ya no hay nada peor que pudieran decir sobre ti, deja de importar la voz repitiendo lo mismo una y otra vez, ya todo el daño que pudo realizar estaba hecho, solo queda dejarle la solución al tiempo, pues así como se llevó su tiempo abarcar cada fibra de mi ser, era lógico que iba a llevarse el mismo tiempo o más en salir de mí.
Hoy en día puedo decir que me equivoqué, porque este virus, cosa, infección o lo que sea, no sé si lo aprendió de mí o es parte de su mecanismo de defensa, el punto es que nunca se fue, pero mi cuerpo aprendió a mantenerlo inactivo en un pequeño espacio de mi cabeza. Quisiera decir que nunca más supe de él más allá del hecho de que permanece en mí, pero algunas situaciones lo hacen reaccionar y me genera una ansiedad e inseguridad que para que les cuento. Pero el cuerpo más viejo y sabio sabe cómo mantenerlo a raya y volverlo a inactivar, no sin antes dejarlo por lo menos un día completo con esa sensación de pesadez y tristeza sin lograr explicar por qué aún se encuentran ahí.
Areli Saiden
Nacida en Mérida, Yucatán en julio de 1990. Amante de las mañanas tranquilas, la repostería, la lectura y escritura. Orgullosa mamá de dos, Lya y Saúl.



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