"Croar", de Monserrat Jacobo

Yo no sabía que la muerte tenía los ojos abiertos, ni que podía llegar mientras saltaba la cuerda. Le dije a la Mari que yo también sabía saltar y hacer el ocho en el aire, quería demostrarle a la muy presumida que yo también tenía una cuerda de colores que brilla en la oscuridad, aunque sea mentira, aunque Dios me tire los dientes por mentir, bueno, no Dios, sino el Jaime, el novio de mi Ma, él dice que no sea una mentirosa, que él no mete la mano en mi corpiño, que yo ni chichis tengo, que nada me puede agarrar y me tuerce el brazo y me pega con la mano completa, hasta dejarme rojita y caliente la cara; yo no tengo cuerda de colores, pero tengo el mecate que le quité a las cajas de cartón que carga mi Ma con la mercancía.

Yo no sabía que la muerte era tan flaca y huesuda y que usa el vestido floreado de mi Ma, que mueve su cuerpo y que llora muy fuerte con su voz, que mira con sus ojos enrojecidos y me grita. Yo sólo me cansé de brincar con el mecate y me fui a agarrar la cuerda de colores que dejó tirada en la calle la  Mari, pero la vieja Gorda de su Ma me vio y me retorció el pellejo del brazo, me vio con sus ojos de toro enfurecido y me gritó mugrosa, aunque yo sí me baño y baño al Güero; entonces me jaló la cuerda y yo la jalé, me jaló del brazo y yo lo jalé, así estábamos, entre jalarnos sus cosas y mis cosas, cuando escuché el chillido de mi Ma al entrar a la casa, un chillido de perro con hambre o de perro abandonado, no sé por qué, pero su chillido me puso la piel chinita y los pelitos de la nuca se me levantaron, entonces corrí y corrí, aunque la Gorda me alcanzó a arrancan un puñito de pelos y cuando entré a mi casa, vi la muerte acunada en los brazos de mi Ma, yo no sabía que la muerte podía ser un cuerpo chiquitito, bebecito, de pelos güeros, la piel del Güero ya no era blanca blanca, sino morado uva y con sus ojotes abiertos pero estáticos, como si fueran dos canicas o capulines. No sabía que la muerte se podía acurrucar en el pecho de mi Ma, ni que se le tenía que decir nonononopordiosno, así rápido y sin despegar las palabras, ni que se me tenía que gritar a mí ¡Qué hiciste! Y yo no hice nada, más que lo de todos los días, cantarle y rezarle al Güero como me enseñó la abuela, para que esté libre de pecado, aunque no sé pa que, si es un bebé, pero la abuela insiste y yo obedezco; yo hice lo de todos los días, rezarle, darle su lechita, abrazarlo en mi pecho, hundir mi nariz en su cabeza, en sus pelitos güeros e inundarme de su olor a caramelo tostado, a pan calientito con mantequilla derretida, a algo suave y esponjoso, y entonces, acostarlo a dormir de ladito, mientras esperamos a que llegue mi Ma. Rezar y esperar que no llegue el Jaime, eso hacemos y cuando el Güero se duerme, rezo más fuerte, pero ahora por mí, para estar libre de pecado y lejos del Jaime.

Yo no sabía que la muerte tenía lechita en la comisura de la boca, ni que a la muerte se le acomoda en una caja de cartón, ni sabía que se me iba subiendo por los tobillos y las rodillas, por el ombligo y los hombros, que se agazapaba como un sapo gigante en mi pecho, que croa y croa para llamar a otros sapos y se resbalen por mi garganta para no dejarme respirar, se esconden en mis pulmones, en los agujeros de mi nariz, detrás de los ojos, dentro de mi cabeza y me borran todo: la cuerda, la Mari, los rezos de mi abuela, y me clava con agujas en el cerebro la imagen del Güero que ya no es Güero, sino morado, se me clava la imagen de mi Ma gritando mientras echa tierra con sus puñitos a la caja de cartón. Yo ya no cuido al Güero, ahora se me va la tarde en puro croar y croar entre la tierra de su tumba, entre el llanto de mi Ma con sus ojos que ya no miran nada, que sólo son tormenta que no la dejan verme, me pongo a croar más fuerte para convertirme ahora sí en sapo y escapar de la mano hambrienta y furiosa del Jaime.

Monserrat Jacobo

Moreliana enamorada del psicoanálisis y la literatura. Dos espacios que permiten hablar de lo terrible y bello de la cotidianidad que atraviesan las historias de las mujeres, para contarlo, cuestionarlo y muchas veces denunciarlo. Participo en talleres literarios como de Cara al Caracol y Sonámbula.

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