"En órbita", de Lucina Ortega
En qué momento decidí que era emocionante hacer este viaje al espacio exterior, a pesar de la preparación exhaustiva a la que nos han sometido, nada es comparable a lo que estoy viviendo.
El lugar es árido, tan árido como nunca me imaginé que existiera algo así, pero este pedazo de planeta que surca por el espacio sin órbita aparente y en el que no quedan rastros de vida, al menos como la conocemos en la Tierra, me tiene desconcertada. La atmósfera al menos es respirable en determinados momentos, los que aprovecho para salir de la cápsula que me trajo hasta aquí; puedo estirar las piernas y la verdad no es grato caminar por el lugar, el calor es insoportable, parece que no hay viento, todo es estático, nada se nueve, solo yo, en esta inmensidad, sin poder hablar con nadie. Los controles son utilizados desde la base y yo no puedo comunicarme si así lo deseara o necesitara. Mi trabajo consiste en recolectar piedras y más piedras, es lo único que abunda por aquí. Las hay de diferentes colores, supongo que son los minerales que contienen; debo tener cuidado de no repetirlas, pues el peso, aunque aquí no se note mucho por la escasa gravedad, al regresar a la base sí pesarán y pueden poner en riesgo mi regreso a la Tierra.
Aquí no existe el tiempo, no al menos como lo medimos en la Tierra. El silencio es abrumador, no poder hablar, ni siquiera a la base, está empezando a hacer estragos en mi cabeza. Tengo ganas de una comida en forma. Las pastillas con los nutrientes necesarios dejaron de tener el efecto notable del principio. Me muero por una cerveza fría, sueño con ella y más después de que regreso de los recorridos para recoger muestras del suelo. Como no hay día ni noche, el estar constantemente expuesta a la luz, también ha empezado a pasar factura, tengo migrañas, dolor en los ojos y, en ocasiones, náuseas, sin tener nada en el estómago que vomitar, me produce tremendos dolores en todo el cuerpo.
Tengo miedo, hace tiempo que no recibo comunicación de la base. ¿Y si me olvidaron? No tengo forma de volver por mis propios medios. Las pastillas para alimentarme se terminaron y he comenzado a probar las piedras, encontrado varios sabores conocidos. Las azules son dulces, las rojas saladas y las verdes algo ácidas. No sé cuales me producen un estado de bienestar, debo fijarme bien cuáles son, pues el miedo me está carcomiendo por dentro. Mil ideas me asaltan, recuerdos del tiempo en que tuvimos el entrenamiento. Decían que en el espacio había fragmentos de un planeta que explotó y el riesgo de que chocaran con la tierra era considerable. En mi mente distorsionada por el miedo y el silencio, pienso: si algún pedazo chocó con la tierra, la vida como la conozco habrá desaparecido.
Y la base sigue sin dar señales de vida…
Nací en 1950 en Tepic, Nayarit. Desde niña me ha gustado leer. Nunca pensé que podría incursionar en la literatura como escritora, me considero a mí misma como escribidora. He participado en dos antologías: La memoria de los atunes y Sí, señor, también tenemos plátanos. Auto publiqué la plaquette Luz de Luna y los cuentos y relatos Volverás. Actualmente participo en el taller que coordina Yuri Bautista en El Traspatio.



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