"Mi primer parto", Arelí Clemente
Fui madre adolescente a los dieciocho.
Sin dinero, inexperta y solo con las opciones populares, hospital general o seguro social…
Fue un evento traumático, una cesárea sin empatía y, que años más tarde, sabría nombrarlo como violencia obstétrica.
Entré por palanca. Mi, en ese entonces, suegro laboraba en el seguro social, esto ayudó a que no tuviera que esperar demasiado como a tantas otras que vi sufrir en la sala de espera.
Claro, eso no me salvó del desfile de pasantes que me observaron como si de una tarea más se tratara, o que me tocaran metiendo sus dedos en mi vagina, para ver que no dilataba. Fui el sujeto de práctica ese día, donde ni las buenas tardes recibí. Fue vergonzoso, humillante por decir lo menos.
A pesar de que había llegado con estudios previos realizados con un ginecólogo por fuera y con toda la información que dictaminó que necesitaba cesárea, me dejaron en labor de parto veinticuatro horas con una dilatación de cuatro centímetros solamente. No fue hasta el cambio de turno del siguiente día, a las cinco de la mañana, que el doctor encargado entró gritando y regañando al personal por tenerme en espera.
La vida de mi bebé peligraba, el tiempo estaba en contra, me metieron en chinga al quirófano, me anestesiaron súper mal; hasta hoy día me duele la epidural mal aplicada. Cuando el doctor me vio desnuda, tatuada y llena de estrías en la panza, sin importarle cómo me sentiría, solo escuché que en tono burlón dijo: “Una raya más pal´ tigre”…
Me cortó chueco, además de hacer una abertura innecesariamente grande.
Me cosieron mal y a la rápida.
Escuchaba al doctor decir entre regaños a las enfermeras y presentes: “Esto no es un hospital privado, aquí no se puede pensar en la estética, esto tiene que ser rápido, eso es lo importante". Y seguía regañando a las enfermeras por no coserme más rápido. Fue horrible el dolor cuando retiraron los puntos quince días después.
Al momento que escuché llorar a mi bebé dije:
—Gracias, Dios mío.
Estuve rezando todo el parto y la espera, ya que sé que muchas no la cuentan y yo era una adolescente aún, había tantos riesgos, pero lo logré.
El doctor que de empatía tenía un pedazo de hielo, molesto me replicó:
—Siempre es “un gracias, Dios mío” y nunca “un gracias, doctor”.
¡A pesar de toda la faena que soporté, me hizo sentir avergonzada y le dije “gracias”, al muy ojete!
Como ven todavía le di las gracias…
Vaya experiencia, solo unas horas después y aún en el hospital tuve que bañarme sola. Sentí morir, además, el tener que dejar mi bebé en la cama sola me llenó de miedo, náusea y tristeza, fue horrible.
En esos momentos no me di cuenta de cuánta fuerza tuve, hasta después del shock que pude asimilar a lo que sobreviví.
Pero aún con todo, mi niña hermosa y yo seguíamos vivas. Tardé casi un año en recuperarme físicamente, pero lo hice. Sobreviví al seguro social, salí de ahí con mi hija y me prometí no volver a pisar ese lugar. Para mi siguiente hijo, el cual llegaría dos años después, mi madre adorada me apoyó con el pagó del parto en un hospital privado, pero esa ya es otra historia.



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