"La invasión morada", de Ana María Dolores
No me lo vas a creer, pero yo me di cuenta de que algo estaba pasando con las muchachas antes de todo esto. ¿Te acuerdas? ¿O ya no te tocó? Antes eran buenas, amables, se reían de los chascarrillos, siempre estaban de buen humor, se ponían bonitas para nosotros y nos perdonaban una y mil veces. Eran madres abnegadas, esposas fieles, hijas respetuosas, novias cariñosas. Sabían querernos, cuidaban de todos.
Como mi madre, una santa. Crio a seis hijos, dos varones y cuatro hembritas, ella solita. Nos sacó adelante lavando y planchando ajeno y nunca se quejó. Nunca le vi una mala cara y nunca dejó de trabajar. A los dos mayores nos mandó a la escuela, a mis hermanas le enseñó su oficio. Las mujeres de esos tiempos sí entendían cómo funciona el mundo y no se daban aires.
Mi esposa también. Ya vamos a cumplir treinta años de casados y todavía se apura con la cena, me manda bien planchado al trabajo y la casa está impecable. Tuvimos nuestros problemas cuando recién casados y una que otra vez me la hizo de tos. Como cuando iba a nacer Amanda, me fui por ahí con los compañeros de trabajo y no llegué a dormir. Al otro día no estaba en la casa, se había llevado a Dieguito también. La fui a traer a la casa de sus papás y su mamá salió a pedirme disculpas, que seguramente por el embarazo estaba sensible, que la perdonara. Yo la perdoné, tampoco soy un ogro. Entendí que seguro se preocupó por mí cuando no llegué a la casa y no lo volví a hacer.
Después de que nació Natalia, la más chiquita de mis hijas, mi esposa quedó muy mal. Cuando me acerqué a ella (dejando unas semanas de prudencia después del nacimiento de la niña, claro), se puso a llorar y me dijo que ya no me servía como mujer. La lastimaron los cabrones doctores del hospital. Hasta se orinaba sola, pinches matasanos. La pobre ya no podía cumplirme y la verdad sí me dolió que esa parte de nuestro matrimonio se acabara. Pero ella entendió por completo cuando empecé a verme con Claudia, una auxiliar contable del trabajo. Claro, siempre fuimos discretos, Claudia por sus hijos y yo por mi familia. Además, a mi esposa y a mis hijos nunca les faltó nada, y hasta para ayudar a Claudia con su renta me alcanzaba. Eso antes de los recortes en la chamba.
Ya voy para treinta y seis años en la Papelera del Anáhuac. Por mucho tiempo estuvo Don Arturo de jefe, ya luego se retiró y puso a Paco, su hijo. Pero a Paquito le gustaba la botella y cada vez iba menos a trabajar, entonces nos mandaron a la hermana, una tal Irma. Pinche vieja amargada. Corrió a un montón de compañeros que llevaban años en la empresa, que es que por que era demasiado personal para lo que estábamos produciendo. La méndiga se puso a revisar los libros y hasta yo salí embarrado por unos préstamos que había tomado de la caja chica. De ahí ya no se podía hacer nada, todo muy vigilado. Lo bueno es que Dieguito ya tenía su familia, Amanda también. Nomás me quedaba la más chiquita y con sacrificios la mandé a la escuela. Aparte quería ser maestra, una profesión muy bonita para las muchachas. Les dan permisos cuando tienen sus niños, hasta pueden tejer las chambritas mientras cuidan a los alumnitos, así como le hacía la Miss Romanita en la escuela cuando estaba yo chiquillo.
¡Esa Miss tenía unas piernas! Era yo un chamaco, pero me gustaba verla cruzar y descruzar las piernas cuando nos hacía dictado. Es que antes las mujeres sí se cuidaban. Ella ya tenía sus bebés y seguía como señorita, muy esbelta. Y no te platico de ella nomás por que sí, es que también eso tiene que ver con lo que te digo. Las mujeres se empezaron a descuidar. Ni tenían hijos y ya todas panzonas, ya no les importaba mantener su figura. Hasta le salieron pelos y se empezaron a vestir amachadas. Ya no usaban los taconcitos y las falditas que resaltaban sus curvas. Ahora todas andaban de pantalones de mezclilla y unas hasta se ponían botas como de trabajador. Mi Natalia también se ponía esos pantalones todos guangos, le dije varias veces que se vistiera como señorita y ella me decía que era por el transporte, que para subirse al camión más rápido se ponía pantalón. Le creí, porque sí hay degenerados. Uno puede ver todo lo que quiera, pero no tocar, lo malo es que hay unos que no respetan. Entonces dejé que mi Natalia se vistiera como obrero porque andaba haciendo sus prácticas lejos de la casa.
Las cosas en la Papelera se pusieron peor. Con un programa del gobierno, la pinche Irma contrató a un montón de muchachas en la fábrica, unas para el área de producción, otras para las oficinas. ¿Esas muchachas para qué? Seguramente la Irma las puso en nuestra contra, recién llegadas ni sonreían ni aceptaban un halago. Es más, hasta ponían caras enojadas cuando les hacíamos la plática, una hasta me dijo que la dejara trabajar por favor. Figúrate nada más. Tuve la ilusión de encontrarme otra Claudita, pero estas muchachas venían mal. Han de haber estado infectadas también.
Y ya ora sí que lo que viene siendo el chahuistle nos cayó una tarde de marzo, el año pasado. Me acuerdo que me hice un montón para llegar a la casa, quien sabe qué desmadre se traían en la calle. Llegué todo cansado y todavía me detiene el Mike afuera del edificio. El Mike es bien cotorro, a veces hace chambas en la colonia y siempre se sabe los mejores chistes, me recuerda mucho a mi hermano, Abraham, cuando era joven. Antes el Mike le echaba el ojito a mi Amanda, pero mi hija salió presumida, la cabrona. Prefirió irse a casar con un muchacho universitario que se la llevó a vivir a Guadalajara, y despreció al Mike. También vi que le echaba el ojito a mi Natalia, pero ella le quedaba muy chiquita. Mi Nati apenas iba en la secundaria y el Mike ya había paseado muchas muchachas por aquí por el edificio. Le dije, de caballeros, que me dejara a mi Nati porque estaba muy chiquita. No le gustó al Mike, pero sabe respetar. Es lo que le digo a mi hija, deja que los caballeros se arreglen entre ellos, hablando se entiende la gente.
Pero bueno, el punto es que el Mike me vio ahí en el zaguán y me preguntó que si ya había visto las noticias. Traía una sonrisa de gato el cabrón. Le dije que yo no veía las noticias porque pura matazón en el norte. Me dijo que me convenía, que estas sí las quería ver. Le dije que ahí sería otro día, porque ahorita ya quería echarme mi café con pan, pero me sacó su celular y me dijo que las viera, en serio. Me pone el video en la pantallita y veo un chingo de gente ahí en el Ángel. Le dije que si era una protesta, que qué protestaban. El Mike nomás me dijo que mirara bien, y me di cuenta que no eran gente, eran puras muchachas. Gritaban quien sabe qué cosas y agitaban sus pancartas. “¿Y qué pelean?”, le pregunté al Mike, me dijo “Usté nomás mire”. Te juro que se me cayó el mundo cuando vi a mi Nati trepada ahí en el Ángel con una bandera morada. De repente, aventó la bandera y ayudó a subir a otra muchacha ¿su amiga Rita? La cámara se acercó y se besuquearon. El Mike se echó a reír y yo me subí las escaleras lo más rápido que pude.
Yo veía rojo. El corazón en las orejas. Mi niña, mi Nati, haciendo esas porquerías en la calle, ¿Cómo no me di cuenta? Entré al departamento como un toro, hasta la puerta aventé. Que voy al cuarto de Nati y se me cayó la venda de los ojos. Se había convertido en una puerca. Ropa tirada, posters en la pared, fotos con la vieja esa ahí pegadas en su tocador. ¿Cuándo pasó esto? Yo matándome en el trabajo, tragándome las ganas de contestarle a la pinche Irma, aguantándome las malas caras de las compañeras, las horas en el tráfico, las tortas de milanesa, la gastritis. Todo para que esta pendeja se ande besuqueando en la tele.
Cuando llegó a la casa, le dije a su mamá que se encerrara en el cuarto, que tenía cuentas que ajustar con Natalia. Entró y nomás de verme supo que ya se le había armado. Y que se me cuadra. Me dijo que había ido a protestar por las muertas, por las violadas, por la seguridad de las mujeres. “¡Cuáles pinches muertas!” Le dije que la había visto en el celular del Mike, que había visto sus porquerías. Se me quedó mirando, como si no me entendiera, me respondió que lo de hacer pintas era quesque para visibilizar a las mujeres. “¡No te hagas pendeja, ya vi que andas de manflora con la mentada Rita!”, y pensar que hasta a dormir se había quedado esa cochina porque nos la había hecho pasar como su amiga.
Aun así, no me pidió perdón ni se puso a llorar. Me dijo que qué bueno que ya sabía porque nada más que terminara sus prácticas se iba a vivir con ella. “¿Así de huevos? ¿Después de tanto sacrificio con eso me pagas?” Me enojé más y le dije que eso no se hacía. Ella me alzó la voz, que la dejara hacer su vida y que no sé qué. Ahí ya no me pude contener. Por primera vez, yo que tanto consentí a mis hijos, que tanto los quise, le metí un chingadazo buen puesto, una cachetada que la tumbó al piso.
Pero se quedó ahí tirada y me asusté mucho ¿la habría lastimado? Justo cuando me estaba arrepintiendo y estaba a punto de llamar a su mamá para que la ayudara, vi que algo se movía en el lado izquierdo de su cabeza.
Le salió algo del oído, primero pensé que era una cucaracha, pero me acerqué y me di cuenta de que era una personita, bueno, una mujer chiquitita con la piel morada. Hasta ropita traía: un como sombrerito, vestido, capita y una escoba. ¿Todo eso estaba dentro de mi hija? Cuando extendí la mano para quererla agarrar, la cosa se me cuadró igual que mi Nati y me quiso dar un escobazo. Le metí un manazo y luego la despanzurré con el pie.
Por eso, cuando vi tu anuncio, sabía que te tenía que contar esto, que me ibas a creer. Me tienes que ayudar, ¿hay otros papás viviendo lo mismo? Tenemos que saber qué les está pasando ¿Cómo se le metió? ¿De dónde vino? ¿Se la metieron en la escuela? ¿En el hospital cuando le operaron las anginas? ¿O es por estar en el teléfono?
Dime la verdad, ¿hay otras como mi Nati?, no creo que mi niña sea la única invadida por esa cosa morada. Esas cosas que me dijo esa noche que se me puso toda loca, son las mismas que he oído decir a otras muchachas, porque ahora sí le pongo atención a lo que platican y esto va más allá. Y no sé qué hacer. Los doctores dicen que está estable, pero es la fecha que sigue en el hospital, sin despertar. Nomás le va avanzando lo morado.
Ana María Dolores
(Ciudad de México, 1985) Académica, lectora voraz y diletante profesional. Escribe cobijada bajo el nombre de sus abuelas porque ellas no pudieron.
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