"Dolor", Diana Hernández

Los vidrios empañados de las ventanas castañeaban con la lluvia que caía desde hacía algunas horas. La habitación estaba apenas iluminada por una lamparilla junto a la cama. El frío se extendía creando un ambiente húmedo y triste. La mujer se encontraba acostada en la cama en posición fetal, a pesar de la baja temperatura ella sudaba copiosamente. Se incorporó trabajosamente para tomar algunas píldoras, las tragó con dificultad y se quedó sentada en la cama con las piernas encogidas, esperando que su tormento disminuyera para intentar dormir. Aunque sabía que no podría hacerlo. En cuanto el dolor físico disminuyera, llegaría el insomnio y con él la visita de aquél otro que insistía en torturarla con su presencia.

La lluvia disminuyó su caída vertiginosa hasta convertirse en apenas una brizna. La mujer pudo ver desde su ventana cómo la luna emergía, redonda y brillante, detrás de las nubes hechas jirones. Al evaporarse el sonido de la tormenta, el silencio imperó en la habitación. El dolor físico había cedido un poco, la mujer se acurrucó y cerró los ojos para intentar dormir. Sin embargo, dentro de su cabeza comenzó a sonar la voz punzante de aquello que habitaba su interior y que se encargaba de lastimar su espíritu y su mente.

Trató de negarse a su presencia, pero Dolor comenzó a apropiarse de ella, ese Dolor íntimo que estaba anidado en su alma y amargaba su corazón. Dolor aprovechaba diferentes ocasiones para aparecer, cuando la falta de compañía amenazaba con convertirse en soledad, cuando el sueño desaparecía y su pensamiento volaba errante, cuando tenía momentos de felicidad, Dolor aparecía para preguntarle si se los merecía. Dolor era una entidad ajena a su cuerpo físico pero entrelazada a su ser. Aunque tenía varios padecimientos, ninguno la hería tanto como él.

Ella intentaba respirar profundamente para invocar el sueño, pero Dolor ya se había aparecido y comenzaría su juego cruel con su mente. Dolor inició con los recuerdos aberrantes que lo habían originado, se regodeaba cuando hurgaba en su memoria y ella empezaba a sentir esa opresión en el estómago, el pecho y la garganta. También le encantaba provocarle culpa, por no hablar de eso con nadie, por no haber evitado situaciones en las que en realidad no podía haber hecho nada, pero que de todas formas la hacían sentir responsable.

Ella intentaba resistirse, ignorarlo, pero parecía que eso lo provocaba; instaló una imagen terrible en su mente y la mantuvo ahí, intrusa, repetitiva. Por unos momentos, el pensamiento de ella fue una marioneta de Dolor, quien arañó su interior con mil garras que la destrozaban. Alguna vez ella pensó en escribir acerca de él para liberar su alma de la invasión y condenarlo a vivir entre páginas, pero temía que al darle voz se volviera más fuerte y voraz como una bruja terrible que la devoraría.

Ella comenzó a llorar, a veces las lágrimas deshacían un poco el nudo paralizante que cerraba su garganta. Decidió, como otras veces, imponerse a Dolor, se tragó su llanto, lo nombró y lo conjuró como a un demonio, se negó a ocultarse o diluirse, sentenció que Dolor no sería pretexto ni escondite. Porque él sin ella no era nada, pero ella existía y resistía a pesar de él.

La noche había comenzado a aclarar anunciando otro día. El cansancio por fin la había vencido, se durmió con un sueño inquieto y lleno de imágenes incoherentes. Dolor se había encogido, se quedaría un tiempo en lo más recóndito, afilando sus garras para atacarla de nuevo en el momento menos esperado.



Diana Hernández

Nací en la CDMX en marzo de 1976. Estudié Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. He publicado mis textos en las revistas Tiempo UAM y Condominia. Lectora voraz y viciosa de las series y las películas. Escribo cuentos porque los sueño, también me los invento, claro; pero escribo principalmente porque me hace feliz.




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