"El traje celeste de Artemisa", de Adriana Carrión-Carlson

Cuando abrió los ojos estaba en el hospital intentando salir de un profundo letargo. Mercedes sintió la nuca y la espalda adoloridas, muy cerca escuchó una voz grave y vibrante diciéndole: “Concéntrate. Tranquila. Respira hondo…uno…dos…tres.” Pese a que estaba muy aturdida, pensó que pronto saldría de ahí para irse a casa donde hasta la intensidad de la luz se ajustaba con sólo pedirlo. Su madre y su hermana, conociendo su costumbre tan arraigada por lo tecnológico, le habían llevado la pequeña bocina negra para que la asistiera. 

No tenía mucho de haber llegado a cuidados intensivos, la rescataron en su casa con un alarmante decaimiento. Mercedes tenía puesto el imponente traje de astronauta y estaba conectada al simulador cuando su hermana la encontró inconsciente sobre el piso del sótano. Todo había comenzado con las interminables horas y esfuerzo constante de parte suya y del grupo de ingeniería, quienes con sus cálculos y mediciones trataron de ayudar a las mujeres astronautas en su primera misión a la luna. ¿Cómo no apoyarse en modelos de simulación para lograr el triunfo del viaje inaugural? La alegría era mayúscula, sin embargo, el equipo tuvo mucha presión debido a que los trajes espaciales no se habían rediseñado desde los años ochenta. 

A Mercedes le asignaron la medición del funcionamiento y efectividad de los prototipos más recientes para atender a las posibles condiciones extremas del cosmos y asegurarse que el nuevo diseño proporcionaría mejor movilidad y protección térmica durante las tareas de exploración en la superficie de la luna. Para las pruebas se le entregó una escafandra presurizada que reemplazó al blanco polar con un traje azul cerúleo con delicadas franjas del color del sol que le daban un brillo de obsidiana plateada. El casco de burbuja quedó igual al anterior, salvo ínfimas modificaciones —seguía reflejando la inmensidad del universo sobre su característica redondez en oposición a la faz humana que viajaba en el interior— también recibió las nuevas botas diseñadas para soportar las infames temperaturas que prevalecían en la mayor parte del contorneado terreno lunar.

Vestirse con el traje tomaba tiempo y fue parte de la recreación de escenarios espaciales previos a la misión Artemis III del 2035. Mercedes siguió un riguroso plan y cada tercer día realizó pruebas con la ayuda del simulador portátil con qué monitorear el suministro de oxígeno y agua. 

El simulador tenía que registrar los resultados en la bitácora electrónica del departamento de investigación espacial. Durante cada prueba Mercedes usaba su voz para iniciar la recolección de datos mediante redes neuronales artificiales conectadas a su cabeza y espalda. El propósito del traje era evitar la excesiva fatiga y disminuir la propensión al daño pulmonar irreversible, para lo cual se recomendaba usar un gas vital de fabricación controlada que ayudaría a conseguir mediciones más eficaces.

Aunado a las horas que pasaba investigando, Mercedes se retiraba al sótano de la casa de su madre para realizar largas pruebas, al inicio de cada viaje escuchaba a la voz grave y de metal que salía de la bocina del simulador. La búsqueda de mayor precisión en las funciones del traje para prevenir amenazas a la supervivencia de la tripulación femenina se intensificó —ella trabajaba en soledad durante días hasta la enajenación. 

La máquina simuladora almacenaba toda la actividad del traje y de la mente de quien lo vestía, la información se usó para crear majestuosas imágenes que proyectaba sobre el cristal impoluto del casco. Cada viaje consistió en una intensa experiencia de colores y sonidos —escenas celestes que captó un conocido y potente telescopio espacial— que la máquina hacía reverberar en el cuerpo de Mercedes a través de los electrodos que la mantenían unida al cerebro del simulador. La recreación de esos escenarios fue perfecta porque la hizo flotar en el vasto y revuelto universo; en ocasiones el simulador ajustó el gas para que llegara más allá de la Nube de Magallanes donde la envolvió entre enormes torres de polvo y gas de un cosmos irreal construido sólo para ella. En la prueba también se experimentaron la tensión causada por los temblores y temperaturas simulados, así como las condiciones alrededor de los <<Pilares de la creación>> y las <<alas de mariposa>> de la nebulosa planetaria NGC 6302 que en la vida real eran columnas muy altas de gas caliente y nitrógeno de color rojo. Mercedes se internaba en múltiples atmósferas, en compañía del peculiar ronroneo de la voz metálica, llegando al clímax después de experimentar la espectacular belleza de cada una de ellas y varias veces despertó dentro del traje con el ruido del simulador ingresando nuevas estadísticas. 

Cuando coincidía con su familia durante la cena, les platicaba sobre la sensación de estar suspendida en el paisaje espacial. Al principio su hermana y su mamá la escucharon emocionadas, pero al cabo de algunas semanas empezaron a preocuparse porque Mercedes lucía muy cambiada —siempre cariñosa y en calma— se volvió irritable e impaciente y dormía muy poco. Su compromiso con el proyecto se transformó en un deseo irrefrenable por aislarse en el sótano de donde casi no salía; ese drástico cambio de personalidad evidenció un creciente desinterés por todo lo que no fueran pruebas de vestimenta para la misión al espacio exterior.  

La última vez que estuvo en el simulador se sumergió en un nuevo escenario espacial, propuesto por la máquina, en el que enfrentó elementos más agresivos para el ser humano en situaciones violentísimas como las tormentas espaciales y las <<llamaradas solares>> o <<serpientes de fuego>> nomenclatura conocida para las tormentas geomagnéticas localizadas en regiones inestables o puntos negros dentro del sol. 

El terrible accidente sucedió cuando una mayor cantidad del gas vital entró en el traje y Mercedes, sumida por completo en el viaje virtual, no alcanzó a apretar el botón de emergencia cuando sintió que el gas la asfixiaba. Estaba sola en el sótano, como era su costumbre, cuando dejó de distinguir las luces y las imágenes frente a ella. 

A la entrada de su cuarto de hospital, en un pizarrón de corcho, el parte médico tenía anotaciones inquietantes: extrema delgadez, anemia, actividad cerebral anormal, hidratación inferior a la norma, frecuencia cardíaca acelerada y pérdida del conocimiento. Posible diagnóstico: fatiga extrema y envenenamiento por gas desconocido.  

—Mercedes necesitará reposo absoluto porque su mente estaba atrapada en una especie de “congestión” cerebral. Sabemos que ya puede escuchar, pero hay que esperar a que reaccione por completo —, el doctor trató de explicar la difícil situación, lo que fuera que se había introducido en su organismo le estaba succionando la vida y la mantenía aletargada, aunque en su rostro cruzaba una expresión extrañamente feliz. 

              Su familia adoraba a los astronautas y ella había trabajado con los mejores, pero el proyecto del traje las llenó de miedo e incertidumbre.

—¡Necesito hacer un último viaje! — no terminó de decirlo cuando volvió a perderse en un sueño inquieto mientras su hermana le tocó la frente para ver si aún tenía fiebre.

—¿Meche, hermanita, de qué viaje hablas? 

Su familia perdió la esperanza de entender cómo fue que quedó tan afectada por la simulación espacial sin que hubiera salido de las paredes del sótano. La siguiente fase de pruebas fue aprobada para su reinicio. Lo de Mercedes quedó en misterio mientras que su mente acabó en un abismo insondable de sombras cósmicas en que desapareció su última conexión con el mundo real.   



Adriana Carrión-Carlson
(Chicago, IL). Narradora de historias. Tallerista de cuentos y minificciones. Lectora serial. Detective literario. Profesional de la edición, revisión técnica y corrección de estilo (en inglés). Interesada en la difusión cultural y literaria. Domina el arte de ratonear en biblioteca propia y ajena. Transita entusiasmada por las aguas de la ciencia ficción, el terror, la novela negra, lo extraño y lo inquietante.

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