"La llegada", de Andrea Valladolid

A veces es por estos momentos que uno corre, por encontrar el descanso e intentar desaparecer. Descanso en el sofá tras el largo día, en mi cabeza ya no hay espacio para más, mantengo la vista en el techo mientras el crepúsculo se cierne sobre los muebles, las sombras se alargan y se van diluyendo conforme la oscuridad devora todo. Silencio, suspiro.

Habían sido cuatro años terribles: los cuidados para mi madre me habían consumido. Ella era diabética, lo había sido desde joven, pero sus últimos inviernos se había estado yendo por pedazos. Primero fue un pie, luego más arriba hasta la rodilla, un dedo, el resto de la mano y así, hasta tener cuatro muñones de diferentes tamaños.

Debo confesar que algunos días la odié, odié tener que bañarla, tener que pasar horas a su lado soportando su mirada pesada y juzgadora. Nunca supe qué esperaba de mí, nunca descifré esa pregunta que parecía magullar con la boca. Tampoco quise saberlo. Al final -el último año- ya no sabía qué hacer con ella ni conmigo, fantaseé con su muerte o la mía, que llegara la despedida que nos separara y me liberara de ella, de su cuerpo mutilado y sus ojos expectantes.

Un crujido. De un salto me incorporo y luego me quedo quieta esperando que aquel sonido no se repita. Solo escucho mi respiración agitada tanto como mis pulsaciones. Y allí está de nuevo el crujido; esta vez identifico que viene de la planta alta. Con el cuerpo dominado entero por temblores me encamino a la escalera con temor de producir un sonido que me delate y que alerte a lo que sea que se encuentre arriba. Pienso si será prudente encender alguna luz, voy a tientas, pero decido que es mejor no hacer nada más que tratar de llegar allá a donde se origina el ruido.

Subo peldaño a peldaño con angustia y cuando estoy a punto de llegar al último escalón suena un crujir aún más potente, esta vez se ha roto algo, estoy casi segura. Ahora sé que aquello viene de la antigua habitación de mi madre. No he querido entrar desde hace meses, la sola idea de encarar sus posesiones me revuelve el estómago. ¡Crack!

¿Fue acaso un mueble? ¿El muro? ¿La cama? ¿Un hueso? Preferiría no averiguarlo, pero ya no es posible ignorarlo. Tengo la mano en el picaporte, lo giro rezando para que no rechine. Abro de golpe esperando sorprender a aquello, pero no veo nada, la oscuridad en es terriblemente densa. Me adentro en dirección a la cama con los brazos estirados buscando la lamparita de noche. Siento la piel erizada y la urgencia de poner mi espalda contra la pared y protegerme de alguna manera. ¿Es mi imaginación o hay algo más aquí conmigo?

Enciendo la lámpara y su tenue luz amarillenta cae sobre el cuerpo putrefacto de mi madre. Es real, lo sé porque el peso de su cuerpo hunde ligeramente la cama. Allí están los malditos muñones, su cabello sucio y enmarañado y entre esa telaraña veo un ojo enorme fijo sobre mí, observándome.

El escalofrío que sube desde mi estómago casi me hace vomitar. Ella levanta un muñón y reconozco la señal, quiere que me acerque, pero yo doy un paso atrás. Caigo de espalda, levanto la cabeza, la visión es terrible, demencial: me falta la pierna derecha, estoy mutilada. Mi madre se incorpora en la cama y comienza a arrastrarse hacia el borde, quiere alcanzarme. Yo me tumbo pecho tierra para irme de aquel infierno y entonces se me escapa un grito al ver que también me falta una mano.

Escucho su respiración cerca, pesada, rasposa y aguda. Todo me da vueltas mientras me deslizo por la alfombra polvorienta y conforme llego a la puerta siento otra vez la arcada y el escalofrío. Vomito sangre y pedacitos de piel que asemejan retazos de una tela mal cortada. Escucho la voz de mi madre: “Al fin llegaste”.

 


Andrea Valladolid
(Morelia, Michoacán) Estudiante de Psicología en la UMSNH. Ha participado en mesas de lectura, talleres y diplomados de creación literaria. Ganadora del 2o lugar en la categoría cuento de la Jornada Académica y Cultural del Colegio de Bachilleres (2014). Se han publicado algunos de sus escritos en revistas digitales como Delatripa (2016) y en medios impresos como La Voz de Michoacán (2016).

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